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¿Pueden tus emociones ayudarte a tomar mejores decisiones?

    Emociones para tomar mejores decisiones

    Post de la colaboradora: Rebeca Sánchez Valle, Psicóloga General Sanitaria y Neuropsicóloga

    Spoiler: Sí, tus emociones pueden ayudarte a tomar mejores decisiones.  Te aviso ya porque me voy a enrollar.

    Miedo, ira, tristeza, alegría, asco, sorpresa, amor, … (todos hemos visto la película “Del revés” y si no, te invito a que lo hagas). Nuestras emociones son inevitables, innatas y universales, igual es porque son importantes.

    Pero ¿qué son las emociones? A día de hoy todavía es difícil definirlas. No son percepciones, aunque estén inspiradas por inputs sensoriales; tampoco son acciones, aunque puedan provocarlas. Lo que tenemos claro es que nos avisan de que ocurre algo importante.

     Evolutivamente, sabemos que estamos aquí gracias a ellas, ya que regulan la acción, por ejemplo, la que un día hizo que nuestros antepasados salieran corriendo y no los cazara un león de las cavernas (esa parece una buena decisión). Como habrás oído alguna vez, las emociones son adaptativas, nos ayudan a sobrevivir.

    Aunque las emociones tienen cualidades en común, no son homogéneas y encontrar todas las regiones del cerebro implicadas en cada una de ellas es una tarea bastante complicada que aún está en desarrollo. Lo que sí sabemos es que no están en el corazón, así que deja de decirle que le quieres con todo tu corazón y empieza a quererle un poco más con tu hipotálamo.

     Para que te hagas una idea, hay regiones minúsculas en el cerebro que son esenciales para una emoción muy concreta, otras áreas que intervienen en todas ellas y varias redes que pueden ser partícipes. Es como si intentaras hacer una lista de todas las personas, situaciones, etc. que a lo largo de tu vida te van a provocar algún tipo de emoción. Aun así, al igual que tú tienes claro que hay una emoción asociada a tu ex, también tenemos bastante claras algunas zonas que intervienen en las emociones. Al conjunto de estas regiones que están cercanas entre sí y bajo la corteza se le suele llamar “sistema límbico” e incluye tálamo, hipotálamo, amígdala e hipocampo (aunque esté último aporta más a la memoria que a las emociones). Todas estas regiones están conectadas entre sí y forman redes con muchas otras regiones del cerebro. La participación de cada región a cada emoción no está claramente determinada, aunque sabemos, por ejemplo, que la amígdala juega un papel fundamental en las respuestas de miedo y ansiedad (pero esto daría para otro post).

    Socialmente está muy extendida la idea de que las emociones deben dejarse de lado a la hora de tomar una decisión: “no tomes decisiones en caliente”, “mente fría”, “nunca tomes decisiones estando enfadado ni hagas promesas estando feliz”, etc. Todo esto viene de una idea bastante antigua, que es la del cerebro triple, es probable que la hayas oído. Según esta versión, tenemos 3 cerebros distribuidos en 3 capas, que de dentro afuera son:

    • un cerebro reptiliano muy primitivo, asociado a los instintos;
    • un cerebro mamífero, no muy listo y que se asocia a las emociones (sería el sistema límbico)
    • el neocórtex, la maravillosa capa de la inteligencia y la razón humana, porque somos lo más.

    Bueno, pues esta teoría no sirve por varias razones y la principal es que nuestro cerebro funciona en redes en las que interactúan regiones de todas las capas y, además, todas ellas se siguen desarrollando paralelamente a lo largo de la vida.

    Vamos, que la idea de que tu cerebro reptiliano digi evoluciona hasta convertirse en un cerebro adulto inteligente y racional es falsa. Pero por falsa que sea, de aquellos polvos vienen estos lodos y en el imaginario colectivo ha quedado muy arraigado que nuestro sistema emocional es un mamífero primitivo y tiene que ser domado por nuestra sofisticada corteza. Sin embargo, autores como Antonio Damasio (a quien os recomiendo leer, si os interesa el tema), afirman que las emociones son consecuencia de acciones internas (el corazón se acelera y envía sangre a los músculos o las “mariposas” en el estómago) que la corteza interpreta para tomar una decisión (corre o cásate, según el ejemplo anterior).

    Un ejemplo muy común y que vemos con frecuencia en el ámbito del daño cerebral adquirido, es que las personas que pierden la capacidad de conectar con sus emociones suelen tomar malas decisiones. Aunque conserven otras capacidades intactas, evalúan de manera incorrecta los riesgos y beneficios, tienen dificultades para planificar y carecen de “filtros” para contarte cosas personales. Estas funciones suelen estar mediadas por la corteza frontal. Es particularmente llamativo cuando estas personas resuelven a la perfección tareas como puzles y laberintos, pero no son capaces de hacerlo con tareas similares que implican emociones (como en sus relaciones personales). Además, cuando tienen serias dificultades para identificar una emoción, suelen ser incapaces de tomar ninguna decisión (puedes consultar el caso de Elliot, también de Antonio Damasio).

    En palabras de Damasio, “Tampoco quiere ello decir que cuando los sentimientos tienen una acción positiva tomen la decisión por nosotros; o que no seamos seres racionales. Sólo sugiero que determinados aspectos del proceso de la emoción y del sentimiento son indispensables para la racionalidad. En el mejor de los casos, los sentimientos nos encaminan en la dirección adecuada, nos llevan al lugar apropiado en un espacio de toma de decisiones donde podemos dar un buen uso a los instrumentos de la lógica. Nos enfrentamos a la incerteza cuando hemos de efectuar un juicio moral, decidir sobre el futuro de una relación personal, elegir algunos mecanismos para evitar quedarnos sin un céntimo cuando seamos viejos o planificar la vida que tenemos delante. La emoción y el sentimiento, junto con la maquinaria fisiológica oculta tras ellos, nos ayudan en la intimidadora tarea de predecir un futuro incierto y de planificar nuestras acciones en consecuencia”. (Del libro “El error de Descartes”).

    Dicho de otra manera, las emociones tienen varias funciones importantes en la toma de decisiones: una función es proporcionar información sobre el placer y el dolor para la construcción de una preferencia, una segunda función es permitir elecciones rápidas bajo presión de tiempo, una tercera función es enfocar la atención en aspectos relevantes de un problema de decisión, y una cuarta función es generar compromiso con respecto a la moral y decisiones socialmente significativas.

    Por ello, aunque parezca atractivo tomar decisiones ideales después de una reflexión fría y racional, no es el modo en que nuestro cerebro ha aprendido a hacerlo a lo largo de su evolución.

    Así que trabaja tus emociones, aprende a interpretarlas y aceptarlas, pero si entonces la amígdala te da un yuyito, sal corriendo.