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Perder a tu compañero de vida

    MJR Psicologia

    Os voy a contar algo muy íntimo…

    Hace un mes y poquito, Iker, mi compañero de vida durante casi 15 años, se tuvo que marchar.

    Digo que se tuvo que marchar porque ya era muy mayor, y aunque queríamos evitar por todos los medios que fuera de manera artificial, nos dimos cuenta que si él hubiera tenido la capacidad de hablar, habría pedido la eutanasia.

    Fue un día de sol maravilloso, en casa, rodeado de su familia, con música de fondo y, en mis brazos, se produjo su último latido. Cuando todo terminó, no podía soltarlo. Para mí, seguía siendo mi perro, aunque ya no me mirase como hace unas horas y aunque su temperatura corporal fuera la de alguien que se ha marchado para siempre.

    Para mí era Iker y aún seguía aquí.

    Nunca antes había tenido una pérdida donde sintiera que me arrancaban el corazón a pedazos. Aún sigo asumiendo que no está y aún espero llegar a casa y encontrarlo tumbadito en su camita; reconozco que la casa se hace grande sin él. Nunca antes había experimentado este echar de menos sin vuelta atrás; esta losa que se toca llevar a cuestas mientras sigues con la vida. Porque la vida sigue, aunque quieras pararla un ratito. Un duelo en toda regla.

    ¿Por qué cuento todo esto?

    Porque hemos empezado el año considerando a los animales seres sintientes, seres con derechos, lo cual me parece increíble que haya sido en el 2022. Pero, al menos, aunque tarde, es.

    Porque no entiendo quien abandona a los animales sin que se le coman los remordimientos cuando aquellxs que hemos perdido al nuestro daríamos lo que sea por un ratito más de su compañía.

    Porque no entiendo quien maltrata a un animal sin que se le caiga la cara de vergüenza asumiendo que son seres inferiores bajo esa cognición de “es solo un animal”.

    Y porque quiero contaros que Iker me ha cambiado la vida, de por vida, y para el resto de vidas que me queden por vivir.

    Me ha enseñado que el amor de un animal es algo único e indescriptible. Que son seres especiales que merecen todos nuestros respetos y cuidados. Da igual cómo llegues a casa, cómo te sientas, cómo sea tu día, van a estar a tu lado como siempre porque ellos son felices con saber que vuelves y tú eres feliz con saber que siguen ahí para recibirte.

    Iker me ha enseñado que amar es dejar ir cuando ya no hay nada más que hacer en este mundo, aunque un trocito de ti se lo lleve consigo. Yo no quería que se fuera; yo quería seguir abrazándolo, besándolo y recibiendo mordiscos de esos que me daba cuando me ponía pesada, pero la luz de sus ojos se iba apagando y la dependencia que tenía con nosotrxs, lo hacía estar cada vez más triste, más apagado y menos Iker. 

    Por lo que, con todo el dolor de mi corazón, tuve que decidir el día y el momento, queriendo a cada segundo dar un paso hacia atrás y llevármelo bien lejos, donde nadie nos pudiera encontrar. 

    Consideré que merecía un final a la altura de la vida que había tenido y nos había dado. 

    Yo no quiero morir en un hospital, en una sala fría con tacto y olores que no me representan y sufriendo. Yo firmaría hacerlo en casa, rodeada de lxs míxs y con el tacto de quien es hogar. Entendí que mi perro merecía lo mismo y, mientras estuviera en mis manos, así iba a ser. No me podía permitir, sabiendo por aviso que su final estaba muy cerca, tener que salir corriendo a la clínica y hacerlo sufrir. 

    No podía permitírmelo porque él nunca me soltó y siempre besó cada herida mía.

    Al día siguiente de morir, le leí el cuento “A los perros buenos no les pasan cosas malas”, de Elvira Sastre para decirle que ojalá mis brazos pudieran haber seguido siendo cura, pero que no era posible…y que ahora estaba donde podía volver a saltar y jugar como lo hacía cuando no había límites en su cuerpo.

    Me han pasado cosas maravillosas en estos últimos 15 años, pero él siempre me ha pasado. Iker ha sido mi maravilla de siempre y por eso, entre el dolor y el vacío de perderlo, también se encuentra el amor y la alegría de que me eligiera, junto con el alivio de haberlo acompañado en todo momento en su final. 

    No podía haber sido de otra forma; él lo hubiera hecho sin pensar.

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